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Gestión emocional: Ira, enfado, cólera...

Todos nos enfadamos en algún momento, aunque no todos lo manifestemos de forma evidente. La madurez intelectual hace que modulemos la ira de maneras diferentes, que a menudo están condicionadas por la sociedad en la que vivimos y por nuestro patrón propio de personalidad. Y aunque pueda parecer que hay personas que no se enfadan nunca, los cambios fisiológicos que esta emoción genera sí están presentes, aunque no haya una expresividad verbal que muestre su ira. Vamos a analizar en este artículo el sentido del enfado, los efectos corporales que provoca, y la manera de gestionarlo.



El sentido biológico de la ira


El enfado es una emoción primaria que se manifiesta desde muy temprana edad, y que nos hace reaccionar de forma impulsiva, sonora y llamativa cuando la situación que estamos viviendo nos resulta desagradable o incomoda. Por ejemplo, cuando somos bebés, la falta de alimento, un pañal sucio o una temperatura elevada nos hace enfadarnos y llorar con desesperación hasta que la situación cambie. Por tanto, tiene un claro sentido adaptativo y una evidente función para la supervivencia. Es decir, un bebé sin la capacidad innata de enfadarse, tendría menos probabilidades de que sus padres pudieran asistirle en caso de necesidad.


A medida que nos hacemos mayores, y comenzamos a interactuar con otras personas, la ira nos ayuda a prevenir acciones en contra nuestra como insultos o agresiones físicas. Al enfadarnos mostramos nuestra energía potencial, y damos a entender que podemos llegar a la violencia verbal y física. Por tanto, adquiere una función de autodefensa. Por eso, ya desde muy niños usamos la ira para obtener lo que deseamos, usando la expresividad estridente y amenazante que manifiesta para intimidar a quienes impiden lograrlo.


La ira: ¿buena o mala?


Si nos enfadamos con mucha frecuencia o con mucha intensidad, la ira pasa a formar parte de nuestro patrón de conducta por refuerzo positivo. Por ejemplo, si un jefe percibe que sus empleados trabajan con mayor dedicación y mejor rendimiento si se enfada con ellos, esa expresión de ira se verá reforzada, y tenderá a usarla con mayor asiduidad. Aunque el jefe en cuestión sea capaz de restringir su enfado al contexto laboral, también hay muchas probabilidades de que se extienda a otros ámbitos, como el familiar o el de las amistades, lo cual puede provocarle problemas de relaciones.


Por otra parte , la gente que reprime su expresión de enfado y, aparentemente, no se enfada nunca, está impidiendo la función biológica que esta emoción desempeña. Y así, si alguien se les adelanta en la fila de un comercio, se sentirán incómodos, pero les costará enormemente expresarlo, lo que les dejará una sensación de malestar que se prolongará en el tiempo y que tenderá a disminuir significativamente su autoestima. Por tanto, decidir si la ira es buena o es mala es algo ambiguo y subjetivo que deberemos valorar según cada situación y nuestra propia personalidad.


Efectos corporales y somáticos


La ira es una de las emociones que más cambios corporales generan debido a su alto grado de activación fisiológica. Entre los cambios principales están:

  • Mayor tensión muscular, lo que puede provocar más cansancio y mayor presión en las articulaciones, sobre todo si estamos realizando una actividad física intensa.

  • Ritmo respiratorio más agitado y frecuente: lo que puede impedir la plena amplitud pulmonar.

  • A nivel electro-dermal aumenta la conductancia de la piel y mayor frecuencia en las fluctuaciones espontaneas en ella.

  • Se segrega más adrenalina para mantener la apariencia de activación. Si los niveles se mantienen altos mucho tiempo, puede desencadenar una experiencia de estrés.

Como se puede apreciar, los cambios corporales son significativos y mesurables, por eso es una emoción de la que no conviene abusar y cuya gestión se hace esencial para mantener una adecuada gestión de la salud, tanto mental como física. Se tiene constancia, por ejemplo, que las personas cuyo patrón de personalidad incluye una frecuente e intensa manifestación de la ira, suelen padecer más problemas cardio-vasculares, coronarios e hipertensión (patrón de conducta tipo A).


Aspectos claves para gestionar la ira


La ira mueve y modula las interacciones con los demás, preparándonos para una acción más intensa o transmitiendo un mensaje corporal de fuerza. Pero al hacerlo, interrumpimos la conducta en curso y dirigimos nuestra atención hacia aquello que nos incomoda o que nos impide lograr lo que queremos. Esto hace que nuestro procesamiento mental se vea condicionado por este estado emocional, y que nos cueste tomar decisiones con objetividad. En su situación más crítica, puede llevarnos incluso a desplegar una conducta violenta, en la que no seamos capaces de imaginar las consecuencias futuras.


Experimentar los cambios fisiológicos descritos no debería llevarnos, en el contexto social en el que vivimos actualmente, a desplegar las acciones verbales o físicas que nos induce la emoción, aunque esto sea lo más fácil y aunque parezca que es la manera adecuada de canalizar esta emoción. Veamos ahora qué alternativas pueden resultar más sanas:

  1. Admitir que estamos enfadados, tanto a nosotros mismos como a a nuestro interlocutor, es el primer paso para tomar conciencia de los cambios psico-fisiológicos que estamos experimentando.

  2. La ira nos hace menos reflexivos, por eso es importante tratar de visualizar el objeto o sujeto que desencadena ese enfado: Puede ser una tarea que nos somos capaces de finalizar, una persona que grita delante nuestro o estar visualizando una injusticia social. Estos desencadenantes adquieren la capacidad de detonar nuestra cólera, y debemos decidir que poder de condicionamiento les damos.

  3. La ira ni es negativa ni es positiva. Como toda emoción es neutra, y surge como respuesta a algo, pero nuestra personalidad puede hacer que emerja con mayor asiduidad de la deseada. Esto implica cambios a nivel cognitivo, e intentar desvelar nuestra susceptibilidad a enfadarnos con facilidad. Es posible que para ello, necesitemos que alguien de confianza nos diga si esto es así.

  4. Ni reprimirla ni darle rienda suelta. Encontrar el equilibrio entre expresar lo que pensamos y gritarlo con hostilidad depende de cada situación. De hecho, hay personas que hasta que no llegas a enfadarte con ellas y levantarles la voz, no te tienen en cuenta. Afortunadamente son pocas pero existen, y hay saber desplegar de forma clara con ellas nuestro enfado.

La templanza es una virtud que no todos tenemos de forma natural, y que es interesante cultivar, aunque sólo sea por evitar los problemas somáticos y sociales que pudiera generar una ira excesiva. Por eso es interesante practicar disciplinas corporales que rebajen nuestra activación, como Yoga, Taichí o Meditación. Tratar de aplacar la ira con ejercicio físico intenso, puede hacer que el patrón de activación siga siendo alto y de mayor probabilidad de aparición.


El enfado es natural, su expresión inevitable, y los cambios que genera también. Por eso puede resultar tan incómoda su experiencia y por eso muchos tienden a reprimirlo. Pero no es el enfado lo que conviene reprimir, sino la impulsividad. Pues cuanto más impulsivos somos, más fácilmente le damos el control de nuestra conducta a la ira . Por eso dedicaremos otro artículo al estudio de la impulsividad y de sus nefastas consecuencias anímicas y somáticas.






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