Gestión emocional: Tristeza

La tristeza es una emoción primaria cuya expresividad facial es similar en todas las culturas y en todos los seres humanos. Se caracteriza por un estado de desanimo, pérdida de motivación para la actividad física, y sentimientos de apatía y desinterés por los estímulos externos. Por todo ello es considerada por muchos como una "emoción negativa" que, además, constituye la antesala del estado depresivo. Pero ¿realmente es tan negativa la tristeza? Analicémoslo detenidamente...
El sentido biológico de la tristeza
Todas las emociones se han desarrollado evolutivamente con una función social específica, es decir, sirven para transmitir algo a los demás sin necesidad de tener que usar el lenguaje verbal para hacerlo. Aunque la actitud de tristeza sea sutil, es fácilmente identificable para quienes nos conocen, aunque no sea tan evidente para el resto. Esta percepción de nuestro estado emocional les permite actuar en consecuencia dando apoyo, invitándonos a hablar o, simplemente, dejándonos solos. Al estar tristes, lo primero que damos a entender es que no estamos en disposición de acometer tareas que impliquen un alto grado de esfuerzo físico o mental, lo cual puede ser comprensible en muchas situaciones, como pueden ser haber perdido a ser querido o haber padecido una experiencia traumática.
La emoción de la tristeza también nos permite entrar en "modo de ahorro energético". Nos sumimos en una actitud pasiva con respecto al entorno, para centrarnos en nosotros mismos. Por tanto nos sirve para interiorizar, y favorece la introspección y el análisis exhaustivo de nuestro ser, de cara a tomar después decisiones acerca de cómo queremos vivir, afrontar algunas situaciones o tomar decisiones. En definitiva, la tristeza nos aporta un tiempo de calma para estar con nosotros mismos, y repasar mentalmente lo que hemos vivido de cara a posibles cambios que queramos hacer en el futuro. Desde esta perspectiva, etiquetarla como ua emoción negativa no parece tan realista, ya que su función es necesaria para que cada uno nos desarrollemos individualmente de cara a tratar de llegar a ser cómo realmente queremos ser.
Entonces, ¿por qué es tan incómoda?
En la tristeza no solemos ser felices ( o sí, depende de las personas) pero puede ser el espacio temporal que sirva para llegar a serlo más adelante. Pero esa sensación de impotencia, abatimiento o aflicción nos lleva a experimentarla, en principio, como algo desagradable y que resulta incómodo. Al entrar la mente en una actitud de mínima atención a lo externo, pero de mucha atención a lo interno, empezamos a descubrir aspectos de nosotros mismos que nos resultan aversivos, pero que son, precisamente, los que nos impiden vivir con plenitud. Y es en la tristeza donde podemos vislumbrarlos de cara a poder cambiarlos.
Esto puede llegar a crear cierto desconcierto, y la sensación de carecer de recursos para gestionar esa visión hacia dentro que nos induce la tristeza. De igual manera que no nos suele gustar que nos nombren nuestros defectos, tampoco nos gusta que nuestra propia mente nos obligue a mirarlos y a ser conscientes de ellos. Y como la atención está focalizada en lo interno, eso será precisamente lo que veremos, percibiendo con mayor nitidez lo negativo o lo disfuncional, porque eso es lo que se nos invita a cambiar si queremos sentirnos mejor. Es como un mecánico que observa el motor de un vehículo para buscar al fallo o la avería: Se centra en lo que pueda estar mal, pues en ello radicará la causa del mal funcionamiento.
Efectos corporales y somáticos
La expresión facial de la tristeza es muy evidente, pero también pueden serlo los cambios corporales que afectan a la postura. De hecho, en nuestro idioma el término "cabizbajo" hace alusión a una persona "que tiene la cabeza inclinada hacia abajo por abatimiento , tristeza o preocupaciones graves" (definición de la RAE). Es decir, la tristeza tiende a encorvarnos, y también a encoger los hombros, dejar los brazos caídos por delante del pecho o provocarnos una caminar pausado y costoso. Si se prolonga en el tiempo, los cambios posturales pueden provocar dolores de espalda y, según la medicina tradicional china, afectar a la capacidad respiratoria, ya que el pecho suele quedar cerrado y con menor amplitud inspiratoria. Con esta disposición corporal, cualquier afección de las vías respiratorias puede tener peor pronóstico y provocar síntomas más graves.
Por eso mismo, la práctica de un ejercicio moderado sirve para aplacar los efectos negativos de una tristeza muy intensa o que se prolonga demasiado en el tiempo. De igual manera, disciplinas como el Taichí o el Yoga ayudan a gestionar los efectos que la tristeza puede provocar en la musculatura y en nuestra postura, sirviendo para aplacar el efecto psicosomático que la tristeza puede inducir.
La creativa melancolía
El estado de melancolía es una "vaga, profunda, sosegada y permanente sensación de tristeza", que adquiere al carácter de rasgo de personalidad. En la literatura de siglos pasados se atribuían capacidades creativas a quiénes adquirían esta forma de ser: músicos, dramaturgos y pintores famosos se han visto invadidos por la melancolía y por sus efectos, tanto negativos como positivos. En la tristeza, nuestra reflexiones son más originales, pues nos abstraemos del influjo de lo externo y emergen nuestras ideas más personales. Esta originalidad es la base desde la que muchos artistas y autores han creado sus obras. Pero para la mayor parte de la gente la experiencia creativa no compensa la incomodidad de tener tendencia depresiva...
Aspectos claves para gestionar la tristeza
Unas experiencias reiteradas de tristeza en la infancia y la adolescencia pueden crear a una persona con mayor tendencia a padecerla y a desarrollar inclinaciones neuróticas y depresivas de adulto. Por eso, es precisa una adecuada gestión de esta emoción que pasa por un aprendizaje de lo expuesto anteriormente y por la adquisición de estrategias específicas, que vamos a resumir y desglosar aquí:
Ser consciente de la doble función de la tristeza: por una lado, comunicar nuestro bajo estado de ánimo a los demás, y por otro, inducirnos a la introspección.
Usar esta introspección para entender qué nos pasa, cuáles han sido los detonantes (un fracaso sentimental, un pérdida, un despido laboral), y evaluar qué cambios internos podemos realizar para afrontarlo de manera diferente en el futuro.
Implementar alguna actividad física que evite los efectos somáticos de esta emoción, como andar, nadar o practicar alguna dinámica con la que cada uno sintonicemos más fácilmente.
Canalizar las reflexiones hacia alguna representación artística: escritura, pintura, música, etc. Algo tan simple como escribir lo que sentimos puede ser enormemente reconfortante, dar sentido a esta emoción y ayudarnos a salir del estado de tristeza.
Buscar apoyo social íntimo: No se trata sólo de hablar con la gente, sino de encontrar a alguien a quién poder expresarle lo que sentimos. Un amigo íntimo no es ese con el que tratamos los mismos temas que con el dependiente de la frutería, sino aquel que está dispuesto a escuchar lo que experimentamos internamente. Y si no tenemos amigos así, deberemos buscar alguien que esté dispuesto a hacerlo, como un profesional de la psicología o algún servicio social que preste este tipo de apoyo y escucha.
Tan sólo el hecho de saber que la tristeza tiene una razón de ser y que sirve para algo, ya es de por sí reconfortante. Por eso no es necesario renunciar a experimentarla y aprender, con el tiempo, a usarla adecuadamente. Que alguien te diga "no estés triste", sobre todo cuando eres un niño, tiende a inculcarte una represión de esta emoción, impidiendo la eminente función práctica que hemos descrito. Por eso suelo expresar con frecuencia a mis clientes: "Se te permite estar triste".