La improductiva queja

La expresión de "queja" se vuelto tremendamente habitual, repetitiva e inconsciente en la sociedad actual. Tendemos a quejarnos por tantos aspectos de la vida, que necesitamos mucho tiempo, energía y capacidad mental para gestionar sus manifestaciones. Por tanto, la pregunta que deberíamos hacernos es: ¿Es realmente útil la queja? Analicémoslo...
Quejarse es diferente de informar
Cuando le contamos a un médico o a un terapeuta lo qué nos pasa, lo hacemos con la intención de que conozca nuestra situación y nos aporte los recursos necesarios para gestionarla. En estas situaciones no nos quejamos, tan sólo informamos sobre algo que nos sucede, con el objetivo de adquirir medios para salir de esa posible situación desagradable.
Peso si hay algo que nos moleste a los terapeutas, y sobre lo que solemos quejarnos a otros colegas de profesión, es que el cliente repita una y otra vez lo mal que se encuentra, lo mucho que le duele algo, o lo injusta que es con él la vida. Es decir, cuando sobrepasan la narrativa informativa de lo qué siente, y se regodean en ello, sin atender a las posible soluciones. Y ahí es, precisamente, donde la información útil se convierte en improductiva queja.
Quejarse es renunciar a adaptarse
Si uno se queja del frío en invierno y del calor en verano, lo tendrá realmente difícil para ser feliz. Porque quejarse de aspectos de la vida que no podemos cambiar es un desgaste sin sentido que, además, nos reitera en la sensación desagradable que nos provocan. En estos casos, nuestro discurso de queja tiende a focalizarse sólo en la causa del malestar, y se deja de atender a los recursos que disponemos para afrontarla, tanto de las capacidades que tengamos, como de la ayuda externa a la que podamos recurrir.
Quejarse es, en definitiva, poner la atención en lo incomodo de la situación, y no en las posibles soluciones a nuestro alcance que podríamos usar. Ser consciente del problema no debería de implicar regodearse en este, repitiéndonos a nosotros mismos y a los demás lo incomoda que es.
Quejarse tiene un alto grado de somatización
Si caminamos por la calle y observamos en la distancia a las personas con las que vamos a cruzarnos, sobre todo a las que no van solas, podemos apreciar como es el discurso por el lenguaje corporal. Si una pareja van discutiendo, sus gestos y poses escenifican claramente ese tipo de dialogo. Y es algo que podemos corroborar cuando, finalmente, pasan a nuestro lado y podemos oír lo que dicen. Si tratamos de adivinar quién viene quejándose, lo tendremos bastante fácil, pues el cuerpo se tensa, encoje y contorsiona para dar apoyo gestual a la queja verbalizada.
Es muy habitual que, al quejarse uno, los hombros se eleven, que la cabeza se desplace hacia delante, y que los brazos se muevan agitadamente apretando los dedos. Aunque cada cual podemos desplegar tensiones musculares diferentes, en función de nuestra tendencia de personalidad, este patrón es bastante común, al menos en la sociedad occidental en la que vivimos. Por supuesto, todas esas tensiones, cuando se producen de forma habitual, terminan por contracturar los músculos implicados con la consiguientes molestias y limitaciones de movilidad que conllevan.
La queja se automatiza con facilidad
Igual que hay jefes que se enfadan con facilidad con sus empleados, desplegando altas dosis de ira, o al igual que muchas personas sonríen siempre aunque por dentro estén deprimidas, hay quiénes automatizan la queja y se convierte en un rasgo permanente de la personalidad. Tal es así, que incluso cuando no hay nada que motive su queja, buscan algo para manifestarla: el tiempo atmosférico, la clase política, la organización de un supermercado, etc. Da igual lo que sea, el caso es seguir nutriendo esa expresividad "quejica" instaurada.
No siempre es fácil reconocer esta pauta, y casi todos tenemos "algo" por lo que tendemos a quejarnos de forma automática. Normalmente tiene que ver con ámbitos de la vida o la sociedad ante los que somos más sensibles o receptivos, por lo que tendemos a percibir y a analizar los elementos que nos parecen más disruptivos o erróneos. Sería conveniente analizar en qué medida podemos hacer algo al respecto, o si se escapa a nuestro campo de acción.
Utilidad de la queja (si la hubiera...)
La tendencia a quejarnos puede ser positiva si no le damos rienda suelta, y si no la limitamos a una mera expresividad de lo que nos incomoda. Al reconocernos en la queja, tomamos conciencia de que nos enfrentamos a algo que no nos gusta, y nos situamos en una disyuntiva en la que podemos elegir entre ir contando a todos lo que nos agobia, o buscar remedios para paliar esa situación. También se pueden hacer ambas cosas, pero en ese discurso repetitivo solemos perder mucho tiempo y energía.
Por tanto, la utilidad de la queja radica en el reconocimiento de aquello que nos molesta. De hecho, en la queja solemos hacer una análisis muy preciso de todo lo que nos provoca malestar. Por ejemplo, cuando nos quejarnos de alguien, somos capaces de evocar todos los gestos, palabras y actitudes que nos han llevado a sentirnos incómodos. Esa es, por tanto, la parte útil de la queja; al análisis exhaustivo de la situación. Pero no podemos quedarnos ahí, pues solo con la verbalización no pasamos de la mera descripción del asunto en cuestión.
Para terminar, citaré una antiguo proverbio oriental que resume muy bien como gestionar la queja: "Si tu problema no tiene solución, ¿de qué te quejas?; y si tu problema tiene solución, ¿de qué te quejas?"