Somatizar no implica estar trastornado (necesariamente)

Todos somatizamos de alguna manera. Provocamos cambios en nuestro cuerpo físico debido a los sucesos mentales y emocionales que experimentamos. Pueden ser pequeñas tensiones plasmadas como contracturas musculares, leves molestias de estómago o sensaciones de fatiga y nerviosismo, pero somatizar no implica tener un tener un trastorno mental. La meras vivencias cotidianas, el estrés laboral o las discusiones familiares pueden ser motivo suficiente para que se produzcan cambios en el cuerpo, susceptibles de generar molestias. La manera en que cada uno somatizamos es diferente, pero existen unas pautas comunes en esa interacción mente-cuerpo, que vamos a exponer en este artículo. Si bien no son las únicas vías de somatización, sí constituyen las más habituales. Veámoslas...:
La tensión muscular
Sin duda, es la vía más directa de somatización, pero también la más inconsciente. Cuando nos sentimos agobiados, nerviosos o estresados, tendemos tensarnos muscularmente. Cada uno lo hacemos en zonas diferentes, pero son habituales las tensiones en el cuello, los hombros, o en la espalda. Son sutiles contracciones musculares innecesarias que se mantienen durante mucho tiempo, y que tienden a crear contracturas generando dolor e incapacidad funcional cuando son más intensas. Cuando una articulación o una región muscular molestan, si que haya ningún esfuerzo previo que justifique su empleo, es muy probable que se deba algún proceso de somatización por contracción involuntaria.
La activación fisiológica
Es un proceso asociado al estrés que implica cambios internos en los niveles hormonales, en el funcionamiento del sistema nervioso y en los ritmos respiratorio y cardiaco. La adrenalina es una de las hormonas que están implicadas en esta activación, y responde a la respuesta que el organismo crea ante una situación de amenaza o peligro. Cuando este respuesta natural se prolonga en el tiempo, desencadena el trastorno de ansiedad, con sus síntomas físicos asociados como la sensación de falta de aire, la arritmia o la sudoración espontánea. Diversos estudios han encontrado relaciones directas entre el estrés y múltiples enfermedades, bien como detonante de las mismas, o como modulador de éstas.
La desmotivación
Cuando uno está motivado a hacer algo, el cuerpo responde aportando más energía, vitalidad, concentración y constancia. Pero cuando sucede lo contrario, y uno siente que no está motivado para hacer nada, entra fácilmente en la apatía, la desgana y el abotargamiento mental. Debido a esta falta de actividad, muchas funciones orgánicas, como el sistema cardiovascular, no están siendo estimuladas, por lo que se tienden a padecer problemas leves de salud. Cuando nos sentimos cansados, a pesar de no haber hecho nada, o tenemos dolores sin causa justificada, es probable que estemos experimentando este proceso de somatización silencioso, y que condiciona enormemente nuestra vida.
Las emociones intensas y prolongadas
Cada estado emocional tiene una función adaptativa y comunicativa. Es normal experimentar todas las emociones, especialmente las primarias, y todas ellas provocan cambios en la expresividad, aunque también a nivel orgánico. Por ejemplo, el miedo y la ira aumentan el ritmo cardiaco y respiratorio, mientras que la tristeza los disminuye. Una vez terminada la vivencia emocional, esos cambios fisiológicos deberían normalizarse, pero si la emoción se vive con mucha intensidad, se repite constantemente o se prolonga en el tiempo, esos cambios orgánicos pueden mantenerse hasta el punto de volverse contraproducentes para nuestro organismo.
La personalidad
La representación que hacemos de nuestra "persona" y los rasgos permanentes que la acompañan, crean el "personaje" que mostramos al mundo, y que configura nuestra "personalidad". Y en esta interpretación que realizamos en el escenario social desplegamos tensiones, ritmos de movimiento, posturas y gestos. Todos ellos aspectos físicos inconscientes que provocan cambios en el cuerpo. Por ejemplo, la gente que es muy perfeccionista y meticulosa, lleva esta actitud a casi todo lo que hace en la vida, por lo que tiende a adoptar una pose rígida y controlada, con las tensiones musculares que ello conlleva. Por otro lado, quién quiere mostrarse fuerte y enérgico tiende a mostrar una pauta de movimiento y de acción excesivamente dinámica, por lo que mantienen alto el ritmo cardiaco durante mucho tiempo. Estos procesos, si bien tienen pautas comunes, son diferentes en cada individuo, por lo que cada cual tendemos a tener un patrón de somatización diferente en función de nuestra personalidad específica.
La expresividad
La manera en que nos expresamos cada uno, el discurso que tenemos y la intensidad con que lo hacemos, pueden condicionar nuestro estado anímico y nuestro bienestar. Hay quienes se expresan con calma, con asertividad y sin alterarse, y otros lo hacen de forma precipitada, imprecisa y nerviosa. La expresividad tiene mucho que ver con la educación y el nivel cultural, pero también por el deseo personal de manejarse verbalmente de manera cómoda y sincera. Cuando mentimos, por ejemplo, no estamos cómodos con nuestra palabras, y eso nos genera tensión, inquietud e inseguridad, y aunque hay personas capaces de mentir con mucha tranquilidad, lo normal es que nos condicione a nivel orgánico.
Estas nos son las únicas vías de somatización, pero sí las más corrientes. Lo normal es que nos se den por separado, ya que interaccionan entre ellas de manera que un estado emocional intenso puede modificar nuestra manera de expresarnos, afectar a nuestra motivación y crear tensiones musculares. El tránsito de lo mental a lo físico pasa por la expresividad, las emociones y el ánimo, creando patrones de somatización que es preciso analizar de manera individual en cada persona, ya que todo su recorrido vital influye en este proceso.